Sunday, February 21, 2010

La Verdad

El lunes pasado cuando fui a ‘Solidarios’ hablamos con varias personas muy interesantes: un alemán que iba a estar aquí solo tres días más, un hombre que llevaba más que veinte años en la calle, un hombre de Sevilla que ha trabajado en los pozos de petróleo en Argentina veintiséis años, un hombre de 42 años que dio la culpa de la parada de tantos españoles a los inmigrantes, y un hombre incapacitado que andaba con muletas para que llamamos a un ambulancia para traerlo al hospital. Este hombre, José, nos dijo su filosofía de la vida: haz fiel a sí mismo y diga lo que tu corazón quiere, sin censurar ninguna cosa. Él preguntó a Guillermo, un español voluntario, que quería hacer con su vida y Guillermo le dijo que no sabía. Aunque no había pensado que Guillermo era cristiano, todavía me sorprendió y me hizo triste oír que él de verdad no tuvo ni idea de que quería. Cuando lo oí, me di cuenta de que tuve una oportunidad de hablar sobre Dios como lo que me da el propósito a la vida. De verdad no me había permitida a mi misma esperar tener esta oportunidad a causa de lo que yo había oído sobre la mentalidad de los sevillanos acerca de la religión.

Un poco tiempo después, explique a José que no es bastante solo ser fiel a sí mismo. Le dije que lo más que conozco de mi misma, reconozco que como que soy pecadora, voy a comportarme egoístamente si mi única meta es satisfacer lo que mi corazón quiere. “Lo importante es reconocer lo que Dios quiere para mi vida” le explique, y al que él inmediatamente respondió: “Dios no existe”. Antes de que yo pudiera contestar, Elena—una voluntaria española—cambió el tema por decir: “Cada uno tiene sus propias creencias”. Decidí no decir más, pero este me hizo pensar mucho.

Elena quería evitar cualquier conflicto por reconocer el derecho de cada uno pensar lo que quiera. Esta tolerancia es verdaderamente la meta del mundo laico moderno. Pero creo que esta tolerancia es aun peor que el ateísmo del José, porque a lo menos él reconoce que hay una realidad un la que la existencia de Dios tiene que ser verdad o falso: no puede ser los dos a la misma vez. El miércoles después del Encuentro hablé con Marilyn sobre este y ella me dijo que prefiere hablar sobre Dios con un ateísta que un cristiano indiferente, porque a lo menos el ateísta reconoce la importancia de la verdad y que si Dios exista, significaría algo de importancia profunda. Por eso me molesta muchísimo la percepción del cristianismo como algo solamente cultural y personal, porque esta desvalúe la verdad aun más que negarlo totalmente.

Sin embargo, creo que entiendo a lo menos un poco de la razón porque se piensa así. Estoy totalmente de acuerdo con Swindoll cuando dice: “Cualquier ministerio que exija una lealtad ciega y una obediencia indiscutible es sospechoso” (81). Creo que la falta de participación intelectual al parte de los cristianos en la articulación de las razones por su fe hace mucho daño a la percepción del cristianismo por los demás, especialmente los educados laicos de Europa. Cuando la iglesia institucional abusa su poder y se presenta incuestionable o los creyentes no saben porque creen lo que “creen”, hay plena razón cuestionar su autoridad, para los creyentes tanto como los ateístas. Este también puede contribuir a la mentalidad de Elena que lo que uno cree no importa, porque es más fácil dejar a cada uno a creer lo que quiera en vez de entrar en la tarea difícil de buscar la verdad y poder explicar sus razones por creerla a los que no estén de acuerdo. Pero la dificultad de este reta no sirve como excusa para evitarla; por eso, reconozco que necesito mejorar mi manera de comunicar con fluidez la fe que tengo adentro. Aunque todavía no sé exactamente como haré esto, sé que este necesita empezar con enfocarme en Dios, entender las razones para mi fe y (tal vez aun más importante) vivir mi relación con Jesucristo, pensar del significado de la verdad para la vida y el que no cree, y pedir a Dios la confianza decir lo que pienso sin vergüenza.

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